Recensión · Liburu iruzkina

Robert Samuels y Toluse Olorunnipa. His name is George Floyd. One man’s life and the struggle for racial justice,New York, Viking, 2022

Lorenzo Cachón

Universidad Complutense de Madrid

Inguruak, 74, 90-94.(https://doi.org/10.18543/inguruak.242).

ISSN 0214-7912 / © 2023 UPV/EHU

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Toda biografía refleja la estructura social donde la persona ha vivido y su posición en la misma; pero hay biografías que son «típicas» en un sentido weberiano y hay biografías que son «excepcionales» por incluir algún hecho (personal o social) que trasciende la vida de una persona. Este libro es una biografía de George Floyd, un joven Negro (capitalizaré esta palabra siguiendo la estela de W. E. B. Du Bois) asesinado por un policía blanco en Minneapolis, Minesota, el 25 de mayo de 2020. Su nombre se unió a un larga, interminable lista de Negros, casi todos varones, casi todos jóvenes, muertos de modo injustificado a manos de la policía en Estados Unidos. Pero el linchamiento de Floyd levantó la mayor revuelta contra el racismo en la historia de Estados Unidos. Es necesario comprender los contextos de la muerte de Floyd para entender la magnitud y los efectos de las manifestaciones que siguieron. Pero la muerte de Floyd desveló la vida de George. Una vida «típica» de un Negro en Estados Unidos, una vida «ejemplar» de los desafíos que afronta un Negro desde su nacimiento y de los riesgos que conlleva ser Negro en América en pleno siglo xxi. Pero George Floyd ha resultado ser también un hombre «excepcional» porque su muerte ha dejado una huella imborrable en la lucha contra el racismo en Estados Unidos.

Este libro de dos periodistas del Washington Post, Robert Samuels y Toluse Olorunnipa, se ocupa de la vida tan «típica», cabría decir tan «ordinaria», de Floyd. El libro está concebido como un documento de investigación periodística y escrito en un estilo muy ágil donde transcriben muchos diálogos tal como los recuerdan los protagonistas y que los periodistas han recogido en centenares de horas de grabación. Pero no solo de entrevistas se ha nutrido el libro: también del estudio de registros públicos y de documentos privados (como escritos y anotaciones personales del mismo Floyd, su historial médico o policial, publicaciones en la redes sociales, etc.); además, los autores han entrevistado a decenas de expertos, investigadores, activistas o políticos y han consultado mucha literatura académica para documentar los contextos y los rasgos de los momentos históricos donde George Floyd y sus ancestros han vivido en Estados Unidos. El resultado tiene una doble lectura: por una parte, produce una profunda impresión al revivir las vidas de una serie de personas Negras, sus luchas por la libertad y por salir adelante, sus historias de amor, sus esperanzas, sus logros y sus fracasos. Una lectura emocionante (con emoción sombría cuando se leen las páginas de la muerte de Floyd o del juicio contra su asesino convicto, el agente Chauvin) donde el libro nos hace ponernos en la piel de varias generaciones de Afroamericanos, desde los que fueron sometidos a la esclavitud y luego, tras el breve pero esperanzador período de la Reconstrucción, a la segregación racial, hasta los que lucharon por los derechos civiles y luego los que han vivido la época de la «guerra contra las drogas» y el racismo sistémico.

Pero hay otra lectura posible y de ella nos ocuparemos aquí brevemente porque es la que justifica que una biografía de una persona como George Floyd pueda ser reseñada en una revista de sociología. La vida de George Floyd y de su familia que Samuels y Olorunnipa nos presentan nos revela una historia muy americana y nos desvela la acción del racismo sistémico en diferentes campos como la segregación residencial, las escuelas, el mundo laboral y, por supuesto, en todo el sistema penal, policial y carcelario. Esta lectura remite a la construcción que Pierre Bourdieu y sus colaboradores hacen en La miseria del mundo, al exponer de modo consecutivo el análisis del experto y el relato de personas concretas en forma de entrevista. En His name is George Floyd. One man’s life and the struggle for racial justice el ejercicio se presenta de modo distinto pero la lectura que se puede hacer es similar a La miseria del mundo: la vida de la familia de Floyd y la suya propia son tornasoles que desvelan cómo el racismo sistémico conforma el reducido «límite de los posibles» donde aquella trascurre. Hasta el terrible y trágico momento final bajo la rodilla de un policía blanco.

El libro está estructurado en tres partes precedidas por una introducción que titulan «Flowers». Esta introducción comienza recordando unas palabras que Floyd decía con frecuencia: «I love you» y termina con la respuesta a uno de los gritos de las manifestaciones contra el racismo que siguieron a su muerte y que explica el título del libro: «¡Say his name!» «His name is George Floyd». La primera parte del libro la titulan «Perry» (que es como era conocido George en su familia). El capítulo primero («An ordinary day») comienza el relato de lo que hizo Floyd en un día festivo ordinario que acabaría siendo extraordinario, el 25 de mayo de 2020. Los tres capítulos siguientes narran la infancia de George (bajo el título de «Home»), el origen de la familia (en «Roots»), y el período formativo de Floyd hasta que deja la universidad y la práctica deportiva (en «Lessons»). En Roots vemos discurrir la historia de la familia materna de Floyd desde el nacimiento en esclavitud de su tatarabuelo en 1857 en Carolina del Norte; tras treinta años trabajando como hombre libre después de la Guerra Civil, logró ser propietario de unos 500 acres de tierra (unas 200 hectáreas) de los que fue desposeído en la época de la segregación racial en base a las leyes impuestas por el supremacismo blanco en los estados sureños; luego asistimos a la vida de sus ancestros en la pobreza como aparceros cultivando campos de tabaco donde siguen siendo explotados por los propietarios blancos hasta que la madre de Floyd, Larcenia (cuyo nombre Floyd llevaba grabado en su cuerpo y junto a la que fue enterrado), tras divorciarse de su marido, el músico George Floyd Sr., decidió irse con sus tres hijos a Houston, Texas.

La segunda parte del libro, titulada «Big Floyd» (como era conocido Floyd entre sus amigos por su gran estatura), es el recorrido por la vida adulta de Floyd, desde sus primeros pasos de vuelta a Houston en 1997 hasta su traslado a Minneapolis en 2017 y su muerte en esa ciudad tres años después (en un estremecedor capítulo titulado «Memorial Day»). Los cuatro capítulos de la tercera parte del libro, titulada «Say his name» analiza las reacciones tras la muerte de Floyd y el juicio donde se un jurado popular condenó al exagente Chauvin (en el capítulo titulado «Testimony»).

La lectura sociológica de esta biografía de George Floyd es de especial interés en varios capítulos de la primera y en toda la segunda parte. Porque ahí vemos ir apareciendo el papel de las escuelas que ya no estaban formalmente segregadas pero donde todos los niños son Negros y la importancia de algunas maestras singulares que intentan ayudar en ese entorno extraordinariamente difícil; y donde el deporte aparece, para un alumno como Floyd que tiene grandes problemas para superar sus exámenes, como la única vía posible para acceder a la universidad: y así lo consigue y pasará cuatro años intentando llegar a ser deportista profesional en el futbol americano (como tantos otros Negros) pero terminará sin título universitario y sin carrera deportiva profesional (como tantos otros Negros). También intentará sin gran éxito una carrera como rapero (aunque llegue a componer algunas canciones). Y será testigo de la muerte de uno de sus mejores amigos en un enfrentamiento con otros jóvenes (el otro de sus mejores amigos de esta época aceptaba con naturalidad ser llamado «PoBoy», como síntesis de «niño pobre», … en un entorno donde todos lo eran).

Su infancia en Houston discurre en unas viviendas sociales construidas para Negros (las Cuney Homes) dentro del Third Ward. Si la segregación residencial entre blancos y negros está muy bien estudiada en la sociología americana (valga citar el libro de referencia de D. Massey y N. A. Denton, American Apartheid: Segregation and the Making of the Underclass, 1993), el caso de Houston es paradigmático y en esta biografía de Floyd se puede ver la segregación en acción en una ciudad del sur con todos los detalles históricos que cómo el barrio negro se fue degradando. Pero cuando Floyd llegue a Minneapolis, en Minesota, asistiremos al proceso de segregación en el norte, en una ciudad que se calificó de «milagro» por sus políticas progresistas de inclusión social pero cuyo resultado se conoce como «la paradoja de Minesota» por la extrema segregación que produjo.

En el libro veremos actuar potentes redes de solidaridad y apoyo entre los Afroamericanos, como la que permitió a Floyd y a otros antes y después de él salir de Houston hacia Minneapolis en huyendo de los peligros de las drogas y la delincuencia y buscando rehacer sus vidas. Veremos la intensidad de las relaciones familiares entre los Negros y a la vez las rupturas familiares (ambos tópicos de la sociología de la familia Negra en Estados Unidos). Veremos el impacto diferencial en términos raciales y de clase que tuvo la pandemia del COVID 19 y también aparecerán los sesgos raciales que tiene la ciencia médica. Veremos el impacto de la crisis del fentanilo que está produciendo estragos en el país (tanto Floyd como su novia dependían de esta droga/medicina como ella reconoció en el juicio contra Chauvin).

Pero si hay una institución que marca la vida de los jóvenes Negros estadounidenses como Floyd es la llamada en los años setenta «guerra contra las drogas» y todo el conjunto «penal/policial/carcelario» vigente. A mediados de los años cincuenta del siglo pasado, las tasas de paro de los jóvenes blancos y Negros eran similares; treinta años después, a mediados de los ochenta, las tasas de paro de los negros se habían cuadruplicado mientras las de los blancos sólo habían subido ligeramente. Tras este drástico cambio estaban procesos de desindustrialización y transformaciones sociales que produjeron el desmoronamiento de los «inner cities» de muchas ciudades donde vivía gran parte de la comunidad Negra urbana. Así lo reconoció la Comisión Kerner en 1968. En lugar de una especia de nuevo «New Deal», en 1971 el presidente Richard Nixon declaró la «guerra a las drogas» (que ­Reagan primero y Clinton después reforzaron con el endurecimiento de las sentencias mínimas obligatorias: esto era entonces —y para algunos sigue siendo— un mensaje electoral ganador). Pero esa así llamada «guerra contra las drogas» que ha creado ese sistema de encarcelación masiva (de Negros) que Michelle Alexander ha llamado el «Nuevo Jim Crow», era, como ha reconocido expresamente hace unos años John Ehrlichman, el jefe de política nacional de Nixon, un intento perfectamente deliberado de criminalizar a la izquierda pacifista y a los Negros.

Alexander señala que la «guerra contra las drogas» actúa en tres fases distintas: en la primera, la policía, con un claro sesgo racial, lleva a cabo redadas en comunidades negras pobres, a veces por delitos mínimos relacionados con tráfico o consumo de drogas (fue el caso de Floyd y su entorno en el Third Ward de Houston; un tercio de la población Negra de Texas estaba bajo la supervisión del Departamento de Justicia Criminal en aquella época; la primera condena de Floyd fueron seis meses de cárcel por intentar vender 0,3 gr de cocaína a ... un policía encubierto). La segunda es el encarcelamiento masivo y por la larga duración de las penas de prisión: en menos de 30 años la población penal en Estados Unidos pasó de unas 300.000 personas a más de dos millones. Y esto ha llevado a que Estados Unidos tenga la mayor proporción de población encarcelada del mundo: la mayoría jóvenes negros; la mayoría por delitos ligados con las drogas. Floyd pasó un tercio de su vida adulta en prisión por pequeños delitos de tráfico de drogas y por participar (como conductor) en un atraco a mano armada. Pero cuando sale de la cárcel se encuentra que aún no ha terminado su condena. No solo es que esté bajo vigilancia durante un tiempo sino que luego comienza un castigo permanente porque a los que han cometido algún delito y han sido condenados por ello les están vetados formalmente muchos empleos y de modo informal otras muchas oportunidades laborales. La biografía de Floyd muestra esta lucha contra el muro de la mancha de «exconvicto» que dificulta el acceso al empleo, a la vivienda o a préstamos bancarios. El sistema les sigue persiguiendo aunque ya hayan pagado una larga (desproporcionada) pena de cárcel. Además, este sistema ha creado una especia de «presunción de culpabilidad» (como lo ha llamado Brian Stevenson) que en el caso de Floyd se acentuaba con su imponente estatura (el mismo justificaba que entrara en los sitios saludando a todo el mundo para no dar miedo: el exagente Chauvin hizo referencia a esa estatura mientras estaba asfixiando a Floyd con su rodilla y discutía con un viandante que le increpaba por su acción ).

Floyd logró romper con esa dinámica. Sus problemas para conseguir un empleo estable fueron permanentes. Pero permanente fue también su lucha por salir de esa situación a la que le condenaba de por vida sus antecedentes. El nacimiento de su hija Gianna en 2014 hizo que activara su colaboración con su iglesia y que comenzara a ayudar a otros a salir de esa dinámica (hay que señalar la importancia de instituciones privadas como esta iglesia y como lo será luego la institución The Turning Point en Minneapolis).

Pero Floyd no murió de la COVID 19 que lo había dejado sin trabajo tres meses antes (aunque él acababa de tener COVID asintomático); tampoco murió de sobredosis o por el fentanilo (del que tenía dependencia por haber sido tratado con su persistente dolor de espalda). Floyd murió porque un policía blanco, apoyado por otros tres policías (uno de ellos Negro), aplastó su rodilla contra el cuello de Floyd durante nueve minutos y veintinueve segundos haciendo caso omiso de sus gritos de «No puedo respirar» y de las llamadas de auxilio a su madre (que había muerto unos meses antes). La vida de «Floyd» es una vida muy «ordinaria»: muy típica de un Negro varón pobre hoy en los Estados Unidos. Cierto que se pueden encontrar otras vidas «típicas» entre los Afroamericanos, sobre todo marcadas por diferencias de clase y de género. Pero la de Floyd ha juntado lo «ordinario» y lo «extraordinario». Courteney Ross, la novia blanca que Floyd tenía cuando murió, dice en el libro que hay que distinguir entre «George Floyd» que es «lo que la gente quiere que fuera» y «Floyd» (a secas) que es como ella y sus amigos le llamaban. Se podría decir ese «George Floyd» es un ser extraordinario que ha marcado para siempre la historia del racismo y de la lucha contra el racismo en Estados Unidos, no tanto por su vida sino por las circunstancias de su muerte y, sobre todo, por las históricas dimensiones de la reacción que esta provocó. Por eso tiene razón su hija Gianna cuando dice que «mi papa ha cambiado el mundo».

Esta biografía, que me atrevo a calificar, consciente de la redundancia, como biografía sociológica, es una aportación fundamental para comprender a un hombre Afroamericano contemporáneo y para comprender el racismo sistémico que infecta su país.